sábado, 26 de noviembre de 2011

Delí Rios



Qué dificil es dejar de lado esta tentación de escribir difícil para que se entienda a medias, y que la otra mitad sea una adivinanza. Podría llegar a ser casi una defensa propia del poeta mediocre que soy. Comienzo escribiendo sobré Él y sobre Ella, un hombre hermitaño, y una flor paciente que no espera. Y en mitad de mis palabras, de las mías propias, que me parecen inapropiadas, porque en realidad no sé bien sobre qué escribo. Porque si Él se le acercó a ella, ya dejó de encerrarse en sí mismo. Y si Ella corrió a su encuentro, dejó de ser paciente, porque yendo hacia Él, algo espera. Y lo borro. Porque no tiene sentido seguir una historia que no va a ninguna parte y se contradice, pero coexiste, pero tampoco es dialéctica. Y limpio la hoja y vuelvo a empezar. Esta vez me saco la carga de escribir por mi cuenta y relato una historia que me cuentan. Pero la historia es sobre manos, y caricias, y ojos y miradas. Y me aburre no poder contarla con mi propia boca y mis propios besos. Y la dejo de escuchar porque para colmo me la cuenta una dama de curvas inverosímiles, de cuerdas histéricas, y trompa dentada, pero ¡carajo! las guitarras no hablan.
Y entonces sucede lo más fácil. Desde adentro, algo ve que no todo está bien y que eso está bien. Que esté todo mal, no está mal. Tampoco está todo mal, sino una parte. Todo está una parte mal. Una parte mal está todo.
En esa contradicción constante me encontré un momento. Y ese momento fue persistente
porque
me duró días, que no durarán años y fue corto. Pero por momentos vuelve.
La cuestión de todo fue la contradicción de la mano del aprendizaje. Ese descarado que deja constancia y presencia absoluta cuando se va el mal momento de la parte del todo. Y este rezaba no hablar de más. Entonces, tuve que callar. O hablar bajito, o hablar con otra persona de todo lo que no podía decir, en partes. Y al final, repliqué una parte y otra, me quedó rebotando en la lengua cual chasquido rabioso. Y ahora lo vuelco a medias, para que no se entienda del todo, y el resto sea una adivinanza...


martes, 5 de abril de 2011

Han devaluado la sonrisa.


No vale ya lo mismo la sonrisa, ya no es lo que era antes. Un guiño de ojo acompaña un chasquido gracioso, de sonrisa, de coté. Así, a lo pavote. De respeto no se habla porque ese gesto no es hijo ni hermano de nadie. Nació así de un repollo, de algún perejil. Mirada de reojo acompaña este saludo que hasta el más pelotudo alguna vez le dedicó a una dama. Y hasta el más haragana prefiere hacerlo antes de enterarse de la vida de los amigos. ¡Pero cuánto se pierde por tan solo no hacer un esfuercito! Guiñá los dos ojos, apretá los cachetitos, y mostráme bien los dientes. Aunque, en verdad, esto no parece suficiente. Porque, ¡qué distinto es una sonrisa de mirada atenta, buscadora, que quiere reflejar sus ojos en los míos y en los suyos, los míos! Cuánto se nota esa sonrisa sobre la otra, y sin embargo se prefiere la más chota. Pareciera que a nadie la importa, que nadie quiere ser hermano y amigo. Pareciera que el que da más desconfianza, al que le importa más un comino, ése quiere darte la mano, ser un amigo. Yo siento que me juega una mala pasada, pero no le doy pelota. El que quiera saludar así nomás, no se gana una sonrisa perfumada y liberadora y de paz, se gana sólo otra derrota.
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