lunes, 19 de agosto de 2013

Hipocresía y sincericidio

En realidad soy yo la que está distante, pidiendo que te acerques, que me toques, que me escuches, que me mires, que te muevas... que la desilusión perezca, y reaparezca la idealización.
No puedo decir que fue todo una mentira, ni que tu visión de mí hoy es distorcionada. No, no lo puedo jurar. Sí puedo asegurarte que prefería que me mires embelesado, admirado, ansioso, sorprendido... antes que con estos ojos que me cuestan tanto penetrar.
Soy yo la que está distante y critico tu distancia, porque yo me alejo cuando dudo, cuando reconozco que me enamoré confiando, dejándome llevar por la alegría, la dulzura, la imaginación, la esperanza...
Me dejé llevar por la magia, y a la primera de cambio, me alejé como un bumeran que vuelve sobre sí mismo al punto de partida, o más atrás. Al espacio donde queda uno marginado, desvalorizado, despreciado. Al mismo lugar donde me juré que no volvería, ahí estoy: dudando. Entre seguir adelante y aprender a salir, o rechazar ese maldito regreso y andar sola, que es lo más fácil.
Sí, es más fácil estar solo. Siempre fue lo mejor. Pero el corazón, testarudo, vuelve a la carga facilmente, iluso, desvalido de las armas que aprendió a empuñar por su propia seguridad. Desvalido de ellas porque las usa en cualquier momento y bajo criterios que sólo él sabe y que parecieran no ser acordes a la realidad.
Soy yo la que está distante porque siento que te vas, que nos vamos, que nos fuimos. Que soy para vos igual que otras mujeres... o peor, que me tildaste con los mismos defectos que a otras... y hasta puede ser que tengas razón.
Es interesante, aunque eso me aleja cada vez más, escucharte y observar cómo empiezo a ser una figura peligrosa, infectada, maloliente, de la cual hay que huir, a la cual hay que rechazar... a la cual se la quiere lejos, la cual molesta, interrumpe, irrumpe... hace invitaciones desagradables... con la que se debe hacer un esfuerzo para estar.
Y si algo he aprendido... es que es en este momento en el que la relación se viene a pique...
Porque aunque me saque el olor, me perfume, me reivindique... porque aunque la mona se vista de seda... nada va a volver a ser como antes.
Es interesante y, a la vez, me da gracia pensar que algo de mi pudredumbre se te contagió y por eso soy yo la que escribo todo esto desde la distancia... alejada... sin sentir dolor, pena, remordimiento...
Es casi enfermo reconocer un esbozo de sonrisa en mi cara... como si una voz interior se riera burlonamente y dijera: "te lo dije..." o "no podía ser de otra manera...".
Y mi cara refleja esa sonrisita atrevida, de costado... de esas que indignan al más pedante y mi corazón se pregunta "¿hasta cuándo?"... se me enarcan las cejas con tono de admiración o sorpresa... "¿cómo se hace para que sea diferente?".

En realidad, soy yo la que, distante, necesita que te acerques.

También puede ser que sólo sea aceptar que somos diferentes...

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Soñé que estábamos tirados sobre una piedra, al sol. Vos y yo. Vos acariciando una serpiente enorme, que se nos enroscaba cariñosamente. Yo, dándome cuenta que ésta tenía mamas. Ella, tan vulgar. A lo lejos, a uno diez metros, descansa un oso negro, y nos mira receloso. "Vamos", dije sabiendo que corríamos peligro.
Y nos quedábamos ahí tirados... "un ratito más".

Me cuesta comunicarme con vos. Tengo que decirte algunas cosas, no sé bien qué ni cómo ni cuándo.

viernes, 3 de mayo de 2013

Dormir en la lluvia

Hace frío, garúa... finito y constante. Caen de esas gotitas de lluvia que se te quedan pegadas a la ropa y te enfrían la espalda... el cuello.
Aunque mis pasos traten de escapar del afuera, el afuera se me mete por los poros y por la consciencia. Se hace huésped de mi interior y me retumban los sentimientos alguna vez vividos. Y cuando miro a esta mujer guardando su mercadería después de un día de lluvia y poca venta, me veo a mí reflejada. Me tocan insistentes a la puerta los pensamientos, los sentimientos de soledad llena de bullicio, de centro, de charlas que sentí cuando era yo la que guardaba mi mercadería después de un día de lluvia y poca venta.
¿Y qué hay cuando sentía hambre y no tenía una moneda? Ya volvía sin un mango en el bolsillo y, eligiendo mi presa, me acercaba vergonzosa a ofrecer mis artesanías. "Una por $7 y dos por $10". La verdad es que nunca me gustó hacer monólogos orales, me siento falsa y falluta. Escribir es otra cosa. Pero para hablar necesito de un interlocutor, alguien que me conteste, que me interrumpa.... una musa inspiradora.
Volver a casa y saber que nadie te está esperando... o volver sabiendo que lo tuyo va a ser poca cosa, pero que para vos fue todo tu día, y fue un gran esfuerzo.
La vida de pobre, se nota en la cara. Es una mirada miserable, pero de fortaleza. Como de perro alienado, curtido, de guerra. Si el capital no fuera tan dificil de encontrar cada día, y a la vez tan necesario, estaríamos en lucha permanente. Es un lujo la militancia. Pero es un deber, si tenés el lujo no tener que matarte por comida.
¿Cómo hago para seguir caminando después de verle los ojos a ese hombre sentado en plena lluvia con su cartón mojado? Sabiendo que hoy duerme en la calle. Sabiendo que ese otro hombre envuelto en una bolsa de consorcio y tapada su cara con un buzo, no está soñando. No sueñan, porque la realidad se les ha convertido en un sueño constante del cual esperan despertar. Y hay muchos que están resignados, y ya ven tan lejano el amanecer que perecen a luchar y descansan en los sueños.
¿Qué necesitás, loco? ¿Dónde vas a dormir hoy? ¿Qué podemos hacer para que salgas de esta situación? ¿Son las leyes? ¿Sos vos? ¿Soy yo? ¿Es mi cama calentita, mi celular, mi televisión? ¿Sos necesario vos para que yo viva así? ¿Puedo vivir así sabiendote en esta situación?
¿Para qué te doy una moneda? ¿Por qué? O mejor planteado, ¿por qué llegamos al punto en el que tenés que estar pidiendo una moneda? O peor todavía, ¿por qué yo tengo esa moneda que vos estás pidiendo?

Hoy miro para atrás y no me arrepiento. Pero doy las gracias por poder dormir calentita. Y... a puro pulmón sé que vos te lo merecés igual que yo.

domingo, 3 de febrero de 2013

¿Para qué conquistar el desierto?

La conquista del Desierto

¿Qué es lo que queremos conquistar? Principalmente, a uno mismo. E indefectiblemente, a los otros. Queremos conquistar su corazón, su consentimiento, su compañía. Que me nos elijan, que se adhieran a mis filas, que los podamos contar en las buenas y en las malas.
Conquistar las situaciones, la razón, la mente, las palabras propias. Y sin querer, conquistando las propias, podemos apropiarnos de lo ajeno y transformarlo. ¡Al diablo con los tabúes! No tengo culpa de preguntar, de querer saber, de indagar, de usar lo ajeno para darle forma y devolverlo. Es como si te regalaran plastilina... ¿qué hacés? ¿la guardás o la amasás?
Es la comunicación, la retro-alimentación, el recibimiento con devolución. Eso de tomar lo que dice el otro para, a partir de eso, expresar lo propio.
Ante el silencio, ante la omisión, ¿qué se conquista? Qué se puede conquistar en un mar de arena movediza, que oculta, que no devuelve lo propio, y en esa inercia, da sin darse cuenta.

Palabras mudas, miradas tajantes, llenas. Palabras calladas, a destiempo, desincronizadas. Palabras ciegas, envueltas en sí mismas, que no se dan cuenta de que hay un otro que las espera, que las recibe, que las transforma, que las devuelve.
Y desde acá, la adivinanza. Es un juego obligatorio, lleno de histeria, de ceguera, de enmudecimientos. Digo esto, pero no quiero respuesta. Me respondés y yo te ignoro. Y así es el desierto, lleno de arena movediza. Que brinda inconcientemente , que se chupa las palabras, que no devuelve.

Y qué te brinda ese desierto más que misterio?
Y qué produce el misterio más que incógnitas?
Y qué es del Amor sin esclarecimientos?
Y qué hay que aclarar cuando no se dicen las cosas?
Y qué cosas no se dicen dentro de uno mismo?

Cambiemos el juego. No entiendo para qué jugar a conquistar tu desierto.















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