domingo, 8 de enero de 2012

Musa




Una carrera que recorro sola o contra mí misma. Una búsqueda del tesoro que escondí hace tiempo y ni yo recuerdo bien dónde está, o intento olvidarlo en cada paso para poder darle sentido a este camino. Camino que a veces me parece recorrido, y otras veces lo veo tan desconocido que atenta contra mi propia certeza y seguridad.
Es el intento obstinado de darme de lleno con un buen pretexto para dejar de ser yo misma y empezar a ser otra vez alguien que no soy todavía, pero que en algún pasado quise ser. Esa excusa será la musa que me dará rienda suelta a la cordura de poder escribir un texto desatado, desenfrenado e inconexo. Pero que a la vez sea recatado, fiel a los hechos, que se entienda y se quiera compartir.
A veces la musa renace de la noche como una luna llena, otras veces como una noche sin estrellas, otras, como un amor incomprendido, sobrevalorado. En muchos momentos, cuando más la busco, esta doncella empedernida escatima todos mis intentos de hallarla para fundirse en el brillo de las hojas de los árboles, en el gris del pavimento, en el reflejo del cielo en el agua. Y es ahí cuando me inhibo, me pongo arisca y me encapricho. Porque ella es mía y sólo mía, aún cuando es de todos los hombres y todas las mujeres. Me pertenece cuando la poseo, y se desvanece cuando la pierdo. Deja de existir para mí y deja de ser para todos.
Y de repente llega, así caminando atontada, malcriada, mimada, como despojada de cualquier prejuicio, inocente. Pero de esa inocencia que molesta y lastima. Llega sin disculpar su ausencia ni comentar cuánto tiempo se queda. Hay que estar con ella, aprovecharse de su inmadurez, usarla, ultrajarla. Y hasta parece contenta con su sonrisa aprobadora, provocativa, altiva y desafiante.
Siempre la veo de cabellos largos, pero a veces ondulantes, a veces lacios, a veces sueltos y enredados, otras veces sujetos y bien peinados. Como una ninfa, siempre. Bella. A veces pide llamarla Amor, otras, Dolor. Ella no tiene límite ni vergüenza. Ella no tiene cara ni sexo. Ella simplemente es ese pelo de ninfa descalza, aún sin tener cabeza ni pies. Y siempre libre e irresoluta, me desencaja.

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