miércoles, 1 de febrero de 2012


Dicen que árbol que nace torcido nunca se endereza,
este dicho no importa, este dicho no interesa.
Descubre tus cualidades y cada una de tus destrezas,
tu no eres una planta, piensa con la cabeza.

Permítame explicarme, se me hace indispensable explayarme en esta diferencia entre usted y yo, que radica en nuestros orígenes, nuestros genes, nuestro ADN. Yo soy de madera, y usted de fuego.
Yo soy templado, sólido, vivo y quieto. Usted es caliente, candente, vaporoso, muerto y vivaz. Y nos gustamos. De eso estoy seguro. Porque me dan ganas de encenderme cuando le veo, y siento sus ganas de arderme cuando me ve. Bien, pero somos distintos, digámoslo a puro viento.
Yo creo que en la diversidad está la perfección de la naturaleza. En su simetría asimétrica se encuentra la magia de la vida. Y usted debe creerlo, también. Pero sus ideales se escupen por su boca, y forma mucho humo. Demasiado humo, para lo que en realidad es. Enciende y asesina, cuece y crece. En cambio, yo soy, crezco, hacia arriba, nunca hacia abajo.
Soy para que me escriban, para que me lijen, para que me construyan, para que me lustren, para que me tengan de sostén, de respaldo, de fondo, de decorado. Y a usted, con sus múltiples colores, no se lo puede tocar, no se lo puede moldear, porque su forma es inmediata, canta, baila, juega, salta. Saca chispas de la galera y las reparte por la tierra... ¡Oh, Tierra! Querida amada, árbitro en nuestro amor, enraizándo mi pasión, y conteniendo tu locura. Bendita, eterna. Tierra de mil placeres.

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