jueves, 26 de abril de 2012

De impro visto

"Ahora es momento de descansar,
y yo quiero crear.
Crear, creer, saltar.
Siempre llevando la contra,
la contraria, la invertida.
Invirtiendo mi tiempo,
entiendo con el tiempo
que nunca es tarde para cambiar de dirección."

Hace tiempo que vengo con estos pensamientos y no encuentro la forma de transformarlos. Simplemente, aparecen en mi mente y aunque le ponga y le imponga los frenos que considero necesarios, buscándo excusas baratas, caras y gratuitas, para boicotearme ésta sensación, no desaparecen. Es como un estado, un estar alerta a que algo va a pasar, algo que desborda los límites de los esperable, una acción violenta, descontrolada, de alguien cercano a mí, que se desata sin previstos. Entonces, me empieza a latir rápido el corazón y me controlo con pensamientos. Pero firme sigue la idea de la catástrofe, de lo desbordable, de lo incontenible, de lo inesperado, de algo que sobrepasa mi control. Y eso me aterra, perder el control. Entonces, hoy, después de unos meses, lo transformo en una historia, un relato de algo vivido que nunca pasó, o que pasó lejos y me llegó como eco a mi mente.

Ella caminaba despacio, ensimismada en sus pensamientos, disfrutando del Sol, por la vereda de enfrente a la que bordea las vías. Iba a paso firme y relajado. Aunque esto puede ser contradictorio, lograba entre derecha, izquierda un vaivén armonioso. Cuando cruza la calle, y llega a mitad de cuadra, ve en la esquina siguiente un chico y una chica. La joven apoyada en la pared y él, cerrándole el paso.
La situación era confusa. Podrían ser amantes jóvenes, amigos con derecho a roce. Pero algo le hacía presentir en el pecho, que no se trataba de una cosa ni de la otra. Buscó con los ojos sus manos, y ella sacaba algo de la mochila para entregárselo a él. Pensó en cruzar y olvidar la historia. Pese a todo, siguió caminando hacia ellos.
Cuando pasó por atrás de las espaldas de él, lo llamó con un "disculpame". Él giró rápidamente y el sonido estridente sonó y resonó en el silencio de esa tarde otoñal, seguido del grito ahogado de la chica que se pegaba a la pared horrorizada, con los ojos llorosos.
Ella cayó de rodillas, y mirándola le pregunto: "¿estás bien?", y se dejó caer, y se dejó morir.

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A la noche las calles parecen distintas, todo se transforma. El mismo lugar que recorriste en compañía de la luz del Sol, sin ella se hace ajeno. La calle bulliciosa y atolondrada, se convierte en lúgubres desiertos de gente con sueño y ojeras y cansancio que camina rápidamente y solitaria. Ella era una de éstas. Bajó del colectivo en la avenida, caminó dos cuadras hacia la derecha y dobló a la izquierda, como siempre. Al doblar la esquina, se fueron apagando los sonidos de la avenida o quedaban como ahogados en la noche oscura. La basura esperando ser recogida, las persianas de los negocios ya se habían echado a dormir hasta mañana. Un auto en marcha esperaba en la salida de un supermercado. Un hombre que pasaba por ahí se acerca  a la ventanilla y le habla al conductor.
Ella pasa más rápidamente por delante, dejando atrás su curiosidad. Oye un disparo, se da la vuelta en seco y ve al hombre que habíase acercado al auto, tendido en el piso, en un charco de sangre.
Por un instante, el tiempo se detiene o camina con lentitud y ve el auto arrancar, pasar por delante de ella y los ojos de alguien desde adentro del vehículo penetrando los suyos. Durante escasos segundos, esta escena se reproducía como eterna, perturbadora y real.
El tiempo vuelve a sus cauces naturales, y ella corre hacia el cuerpo y saca el celular. Llama al 107 y reporta lo sucedido. Le toma la mano al hombre y le da palabras de ánimo y aliento. Él saca su celular con dificultad del bolsillo, marca un número y pide que diga lo que pasó. Ella lo cuenta, al otro lado del teléfono, no hay nadie o, al menos, no se escucha más que un silencio, una respiración, un sollozo y otro silencio. Corta el teléfono y se da cuenta que el hombre se había ido. Allí sólo quedaba un cuerpo, pero la vida ya se había marchado.


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